lunes, octubre 31

Halloween!!

Mi hermana cortaba la cartulina negra y le pegaba estrellitas de colores antes de doblarla como un cucurucho gigante.
Eso era parte de mi atuendo anual de halloween: el disfraz de bruja.
Ahora no me extraña recordar el placer con el que me ponía encima el vestidito negro, la larga capa negra y cargaba esa bolsota de felpa brillante color verde oscuro (¿dónde estará? ¡la quiero!) -porque en esos tiempos todavía no nos habían invadido las calabacitas de plástico anaranjado ad-hoc al ritual del trick or treat.

Estoy sonriendo.
Hoy estoy vestida totalmente de negro. No a propósito. Hace algún tiempo ya que dejé de vestirme exclusivamente de negro, aunque mi guardarropa todavía sufre los estragos de esa necesidad de evitar los colores.

Recuerdo haber estado sentada esa tarde en la sala de mi casa en Lima, ansiosa, esperando que mi amiga Pelusa tocara el timbre. Entonces llegaba ella, disfrazada de muñeca de Yola, y su viejo nos llevaba en su carro a la casa de Lita, el punto de encuentro. Una vez logrado el quorum, nos lanzábamos a las calles. Eramos un grupo de chiquillos de cuarto de primaria, liderados por Pepe, el hermano mayor de Lita - el único disfrazado de 'persona normal', y nos dedicábamos felices a pedir golosinas a los gritos.

Claro, años después halloween se transformó en excusa para salir de chupi, bajo el pretexto de 'fiesta de disfraces'. Siempre bajo la mirada reprobatoria de quienes consideran una alienación celebrar un tema que, además de ser frívolo, no nos concierne para nada, sobre todo porque en Perú se celebra el día de la canción criolla en la misma fecha.
Muchachitos del ayer.

El día de hoy, el único disfrazado aquí será mi radioblog. Ajá, otra vez lo agarré de punto.
Vean, le quité los cuatro trapitos tan bonitos que estaba usando y le puse encima algunas plumas, un poco de maquillaje y un antifaz para completar el outfit.
Empieza con timidez -radioblog es medio chuncho- pero ya después de unas caipirinhas, pierde el roche y todo sentido de recato.
Estoy barajando la posibilidad de una miniescapadita a Brasil (ergo lo de las caipirinhas -sírvanse, hay para todos) y escuchar esa canción de los Pet shop boys (¡los amo!) hace que me entusiasme aún más.
Para no enfriarnos, continúo con Erasure y una versión de Take a chance on me aderezada con una pizca de reggaetón. Como para curar el hipo.
Seguimos con mi tía Debbie Harry (me está trepando la caipi) y Heart of glass. Baila, pues.
Luego -ya viene la desfachatez- me saco con Abba y su Dancing queen. Dos vasitos más y empezaré a llamarme Muriel.
Ahí llega Miguelón con su corazón corazón malherido. Y será mi héroe de amor.
Cerramos la cortina con mi reina, la Carrá...
y me voy cantando FESTA! (en italiano porque a estas alturas de la botella ya me he vuelto políglota).

Trick or Treat.

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jueves, octubre 20


Hoy es uno de esos días calurosos y llenos de sol que le gusta a la mayoría.
Como ya sabrán quienes visitan regularmente este blog, a su autora no le agradan estos paisajes diáfanos. La ponen de mal humor y en ocasiones hasta disparan su migraña.
Ayer en la tarde miré el calendario y noté, contenta, que en dos semanas no había tenido dolores de cabeza.
Jinx!
Pues en la noche el dolor tocó el timbre y está aquí molestándome hasta ahora. Y yo sé que no se irá hasta el sábado. Maldito.
Estos días son una explosión de clorofila.
Los parques brillan, lo juro. Por las noches, alguien va y cuidadosamente pule cada árbol, cada hoja. Yo lo sé.
Frente a este edificio tengo mi Central Park de barrio. Un gran monstruo verde y aletargado que me sonríe todos los días. A veces voy y le piso la panza blandita. Y se ríe. Yo también me río.

Me gusta caminar a lo largo de sus venas. Son lindas, serpenteadas y grises.
Voy caminando despacito y llego al corazón. En él corretean niños chiquitos a bordo de triciclos y autitos de colores. El corazón palpita al ritmo de los trotes y risas infantiles. El monstruo sonríe como un abuelito bonachón. Sigo caminando.
La cara del monstruo es un bouquet de rosas multicolores. Son sus joyas, pienso. Tiene muchas, tal vez un par de piercings anaranjados en la nariz, uno rojo en el labio y otro rosado en la ceja. Me pareció ver un tatuaje blanco. Puede ser. Pero solo rosas. Y solo en la cara.
Los árboles son como brazos abiertos al cielo. Tiene muchos. Se me viene a la mente la imagen de esa figura hindú que tiene varios bracitos, Vishnú creo que se llama.
Noto que sobre el pecho desnudo del monstruo descansan muchos adultos. Salen a tomar sol. Salen de los edificios colindantes cargando sillas plegables o toallas playeras y se tumban semidesnudos sobre la piel del señor monstruo. Los veo ahí laxos, casi inmóviles, como garrapatitas. Y el monstruo no se molesta.

Yo sigo caminando, haciéndole cosquillas al monstruo con mis pies, buscando un lugar para posar mi canastita de picnic.



Ya me dio náuseas.

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lunes, octubre 17

huy, huy, pata de cuy.

Hace unos días le porfiaba a alguien, casi con una arrogante seguridad propia de un miembro de la Academia de la Lengua Española, que ¡huy! no se escribe huy, sino uy.
Tan segura estaba que ni siquiera pensaba en invertir esos cinco segundos que me toma hacer la consulta en el diccionario.
Hoy, hace apenas unos minutos, se me ocurrió revisar el diccionario, más que para 'salir de dudas', para encontrar la prueba irrefutable que avalara mi argumento. Ay, sí, así de necia despierto, a veces. Entonces, zas, las palabras saltaron una a una de la pantalla para cachetearme: huy, la interjección utilizada para denotar dolor físico agudo, melindre o asombro, se escribe con hache.
Casi me muero.
¿Cuántas cosas más, que de la misma forma tomo por ciertas -sin preocuparme de constatarlas, cuestionarlas o contrastarlas con la realidad, sea por pereza o por pura estupidez-, estarán haciéndome quedar como una imperfecta imbécil?
Esa pregunta me va a molestar un buen rato.

Anoche terminé de leer dos libros antes de quedarme dormida. Uno de ellos empecé a leerlo hace, tal vez, unos dos años. Lo tomaba, lo dejaba, luego lo retomaba, lo volvía a empezar, lo volvía a dejar. La ausencia de proyectos, ilusiones, pasión y expectativas de los protagonistas se me hacía demasiado familiar. Cualquier parecido con la vida real no era ninguna coincidencia. El desgano es mi insignia, mi tatuaje, y estos chicos venían a restregármelo en la cara, palabra tras palabra, pagína tras página, título tras título.
Terminé la última línea y cerré el libro. Lo único que pasaba por mi cabezota era una sola letra:
¿Y?

El otro libro lo había empezado hace poquito. Lo encontré en una repisa de la librería Yenny de la avenida Rivadavia a la que siempre vamos. Bueno, casi siempre. Menos veces de las que mi compañero quisiera, estoy segura. A veces entro de mala gana, refunfuñando groserías mientras guardo la mochila en el locker con llave, a la entrada de la librería.
El entra como un niño a una tienda de dulces y yo, yo soy uno de esos seres a los que muchos desearían ponerles un cohete en el culo.
Entramos y de pronto a él le salen alas. Parada entre los libros nuevos de la semana, lo veo despegar y revolotear como un picaflor buscando néctar de libro en libro. Es inevitable.
Entonces, me arrastro como un caracol hacia la sección de cocina que, para mi conveniencia, está ubicada al lado de la de arquitectura y diseño, arte y fotografía.
Se me sale un muy argentino buá.
Mucho mejor que fisgonear entre los libros de economía, pienso yo. Aunque, claro, de cuando en cuando él se divierte lanzándome por la cabeza libros sobre microcrédito y cosas así.
Me gustan los libros de cocina. Pero me gustan solo los que tienen fotografías. Y me siento como una niña de cinco años que, con carita de decepción, devuelve un libro porque no tiene figuritas
¡Pero si los libros de economía también tienen dibujitos! Y unos muy coloridos, por cierto, con gráficos extraños y nombres curiosos como Lorenz o Engels. Criaturitas de dios.
Mierda de toro.
Los libros de diseño también son muy entretenidos. Veo objeto tras objeto y se me hincha el alma (?¿) de felicidad. Y en esos segundos me siento muy orgullosa de ser así de frívola.
Ahí estaba, hojeando fotografías de cocina mediterránea, cuando tropecé con una obra de no ficción escrita por el chef Anthony Bourdain: Confesiones de un chef. Reconocí al autor por un programa de tv que suelo ver, A cook's tour (Turismo culinario, en el canal Discovery Travel & Living, del cable) de la Food Network. Aunque acabo de enterarme que ahora tiene otro programa, en el Travel Channel que se llama No Reservations, al parecer, básicamente lo mismo que el programa anterior.
Como sea, hojeé el libro y empecé a sonreir.
Al verme divertida, mi cómplice, que buscaba un libro para su madre, otra lectora empedernida, se me acercó y tras revisar el libro un poco, decidió comprarlo.
Pues anoche terminé de leerlo. Leí las pocas páginas que me faltaban apenas hube terminado de leer el libro anterior. Algo así como el cigarrillo después de la comida pesada.
Después, dormí como un bebé.
No. Mejor que un bebé.

Lo malo es despertar. O tratar de despertar. Salir de ese letargo. Si es que salgo, claro.

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martes, octubre 11

Bestiario reloaded

Volví.
El plomero de Bloglines se acaba de ir y vaya si lo hice trabajar.
Vean, el blog tiene nuevo aspecto.
Tuve muchos líos con las tildes, pero el gurú cibernético -que se las sabe todas- arregló el problema. Aunque cuando le dije que no me gustaba esa rayita blanca al lado derecho del radioblog, huyó despavorido.

Explicaré un poco el nuevo diseño de Bestiario.
Me cansan las páginas largas, esas que te obligan a hacer scroll durante 10 minutos para ver todos los links que tiene. Y es que yo soy mirona, pues. Pero flojita.
Así que agarré todos mis links y los guardé en simpáticas cajas (esas que están a la derecha) a las que les puse imágenes en lugar de palabras para reconocerlas.
Al pasar el cursor por cada cajita aparece el título que describe su contenido.
Y si alguien se pierde paseando de cajita en cajita, no más tiene que hacer click abajo donde dice 'Inicio' y volverá al punto de partida.
El radioblog se ha rehusado a ser empaquetado y me ha hecho firmar un contrato por el cual me comprometo a dejarlo siempre visible en el template. Es la cajita de música más diva que hay.
La página muestra solo el último post publicado (de nuevo, mucho scroll me aburre). Si alguien quiere ver los anteriores, va a tener que ir a la cajita de 'últimos posts', la de las tacitas de café, y buscarlos ahí.

El diseño lo tomé de blogskins.com pero le metí tanta mano que quedó irreconocible.
La imagen que acompaña el título del blog, así como el nuevo ícono del blog (solo visible en Firefox, no en Internet explorer) y las que adornan las cajitas 'scavenger bride' y 'blogroll' pertenecen al artista Yoshitomo Nara. Lo amo.

Aun estoy retocando algunos detalles menores pero lo básico ya está ahí.
Y así se va a quedar. Por un tiempo, al menos.

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