martes, diciembre 7
μυωπία
Hace poco más de un mes me pegaron, sin querer, un golpe en el ojo derecho y con ello me obligaron a salir del falso autismo.
Como las casualidades son caprichosas, intento no comprar discursos vulgares, aun menos, frases del tipo 'por algo será'.
Pienso en el Count Basie Theater y yo en el año 2000. Y no me veo ahí, sino a un par de cuadras del lugar, desinformada, perdiendo el tiempo en esos cuartuchos virtuales, mientras Steven cantaba para mí: ...well, she has now gone from this unhappy planet, with all the carnivores and the destructors of it...
Pienso, ahora, en el Club Ciudad de Bs. As. y yo. Y esta vez sí estoy ahí. Cerati canta y yo decido irme a pasear. La señora Harry sale al escenario y yo regreso para verla (pensar que mi cuñado ocasionalmente atiende en su trabajo a la mismísima, en persona, y yo estoy ahí en medio de esa masa de gente eufórica). Nada, ni una canción siquiera y, de pronto, el golpe. Lunita celeste salió volando, sin despedirse, y con ella perdí el placebo nuestro de todos los días.
Sin ganas, ya, de oir Heart of Glass ni nada, me fui a comer una pizza, tropezándome en el camino. Con el estómago lleno y el corazón descontento, volví para escuchar ...the tide is high but I´m holding on... Ajá.
Y lo esperé sentada en el piso, en esa niebla de colores y formas fuera de foco.
Llegó, cantó, se quejó, bromeó conmigo y se fue. Yo no pude ver casi nada y pensé en el Count Basie Theater.
Volví a casa, acosté a luna celestina en su cama y yo también me fui a dormir.
No fue sino hasta el siguiente día que me di cuenta. Ya no podía seguir entumeciéndome frente al televisor. Eso me perturbó. No se me ocurre mejor forma, aparte de dormir, de desenchufarme y no-pensar. Escucho mis propios pasos sobre el parquet del departamento. Creo que me oigo respirar, creo que siento mi sangre circular. Miro mi mano, la muevo y me doy cuenta de que tengo vida. Me asusta y me da un poco de asco, como ver un tazón lleno de gusanos. Me acuesto sobre la cama y veo la margarita de madera girar, incesante, sobre mi cabeza. La miro fijamente, o eso intento, y trato de no pensar en las voces en mi cabeza. Silencio.
Aun así, me las arreglo para hacer los trabajos, a última hora, como siempre, e ir corriendo bajo la lluvia para entregarlos.
Entonces, pienso en la gente que paga una moneda y se sienta frente a una pc, pienso en la gente que hace cola para sacar algún libro de una biblioteca, pienso en mi madre y el plato de sopa de col que no pretendo ni tocar.
Hoy venía en el subte y en el tramo que hay que caminar para hacer la conexión de la línea D con la E vi a un anciano tirado en las escaleras, con la mano extendida, mendigando una moneda. No le vi la cara, no solo porque -por ahora- no puedo sino porque no puedo.
La imagen borrosa la tengo en la mente y no la logro quitar.
Una niña de cabellos rojizos subió (al subte, al E) vendiendo agenditas del próximo año y, al tener esa libreta de tapas rosadas entre mis manos, con sus hojas en blanco, planchaditas, con el número impreso en letras grandes, 2005, sentí miedo y, a la vez, tristeza. Bajé y vine a casa, tropezando en el camino.
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Lo dijo Scavenger Bride y le dejaron