martes, agosto 8

es que no sé..

La otra noche nuestras panzas orquestaron una sinfonía de lo más simpática. Era tarde y no había preparado nada para comer. Esa noche saqué y guardé la misma bolsa de espinacas congeladas unas 4 veces.

Nota: este es uno de esos posts inútiles e intrascendentes que ni siquiera encajaría en la categoría 'cualquier cosa', sino en algo así como 'el buzón de quejas nuestras de todos los días, amén'. Yo aviso no más.

Una vez me enviaron un email que era un reenvío de chistes sobre los signos del zodíaco. Normalmente yo borro los mails reenviados sin abrirlos siquiera, porque me aburren, pero ese día lo abrí y encontré esto:
¿Cuántos Libra se necesitan para cambiar una lamparita?
Bueno, en realidad no sé...pienso que depende de cuándo se haya quemado...tal vez solo uno, si fuera una lamparita común, pero dos si la persona no sabe encontrar una lamparita nueva, o quizás tres... no sé.


La cuestión fue que aquella noche me vi a mí misma devolviendo a la bolsa las papas fritas congeladas que ya había puesto en la bandeja del horno, poco antes de sacar por última vez la bolsa de espinacas del freezer.

Me caigo mal (a mí misma) cuando me dan estas minicrisis de indecisión. Porque soy consciente de lo fácil que es elegir y seguir. Y aun así, algo me impulsa a la irracionalidad de hacer y deshacer las mismas cosas, una y otra vez. Como un disco rayado que se rehúsa a avanzar. Y a mí la irracionalidad me molesta. Más que eso, me avergüenza. Porque eso es lo que he aprendido a sentir: vergüenza.

Me fastidia un poco recordar ese par de zapatos de taco chino que no compré hace poco más de dos años. Me persigue su recuerdo como un fantasma testarudo. Me da odio, además, encontrarme con los zapatos de tacos puntiagudos que los reemplazaron. Los miro y es como si su existencia me restregara en la cara (y en los pies) lo poco hábil que soy para tomar decisiones.

Muchas veces mi ojo ve cosas y nada me avisa que lo que veo será objeto de una suerte de obsesión futura. Otras veces pasa lo contrario, me entusiasmo (primero puse 'me enamoro', pero lo borré) a primera vista con objetos que minutos más tarde abandonan el espacio de mis recuerdos. Sin pena ni gloria.

Tengo mucho tiempo libre.
Mi sobredosis de tiempo libre es también, en parte, consecuencia de mi indecisión. O de mi poca puntería en mis decisiones. Porque si me aturde decidir entre papas fritas y espinacas, entre zapatos de taco chino y zapatos de taco aguja, pues decidir QUÉ estudiar en la universidad fue una experiencia, digamos, inolvidable. Literalmente.

Estoy haciendo otra lista. Son cosas por las que quiero intercambiar dinero, que no tengo, casi solo para poder dejar de pensar en ellas. Suena tan absurdo que me da lástima haberlo escrito. Y se me ha ocurrido que uno de los motivos de mi entusiasmo de hacer listas es que ellas me permiten tener esas cosas sin realmente tenerlas. Solo con escribir sus nombres en un papel, las tengo, son mías por un rato. Si al 'tenerlas' decido luego que no las quería, las borro y ya. Finalmente, la lista viene a ser el resumen de cosas que realmente quiero (y quedo libre de las trampas de mi mente mentirosa y mentecata).

Lo que no tengo en cuenta es la temporalidad de las necesidades: que lo que no quiero ahora puede ser la obsesión de mañana (o al revés).

Y si hubiera...?

(rellene usted con lo que se le antoje:)

estudiado otra cosa?
trabajado en Lima?
emigrado a otro país?
dejado atrás el orgullo de exalumna piripipí y fuera mesera de un café en Tangamandapio?
abierto la boca en clase y le hubiera dicho al de al lado "qué frío que hace, no?"

(es un jueguito. pero nadie puede ganar. solo se puede perder)

Y la verdad es que no sé.
Entonces ahora estoy acá. Porque no sé, para no sé y hasta no sé.

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