sábado, enero 13
place stamp here
La casa de mi padre, en Lima, tiene rejas negras y altas. En la puerta de entrada, hay un buzón de hojalata de color negro y mi padre le ha pegado una plaquita que dice "cartas".
Todos los días, cuando vuelve de la calle, él mira la rendija del buzón por si hay algo adentro. Generalmente son cuentas o propaganda indeseable, pero a veces hay algún sobre con estampillas foráneas y su nombre escrito a mano por alguno de sus hijos. Entonces, busca en su memoria la combinación que abre el candado plateado.
Mi padre lee sus cartas con sus lentezotes bifocales y con la lupa en la mano. Las lee despacio, en parte porque le cuesta descifrar nuestra caligrafía, en parte porque le gusta saborear cada frase, cada palabra.
Yo recibo muy pocas cartas. Y me encanta oir cuando alguna se desliza bajo la puerta de este departamento. Es mucho más rico tocar un sobre de papel que hacer clic con el mouse sobre una pantalla. Y, a diferencia de mi padre, que lleva tranquilo su sobre hasta la sala y se acomoda en su sillón para leer, yo me lanzo ansiosa a romper el sobre en el mismo lugar donde lo encontré, sin siquiera sentarme, nada, ahí no más.
Hace algunos días, llegó carta de Nini, mi sobrina de 6 años. El sobre estaba lacrado con un sticker de Hello Kitty (ella sabe que me gusta) y la carta estaba escrita con lápiz. Se podía ver algunos borrones. Me encantó.
Después de leerlas, yo doblo las cartas y las guardo en su sobre. No las tiro. Sé que una vez confesé por aquí que no conservo objetos que guardan recuerdos, pero la correspondencia es una excepción. Las guardo todas: tarjetas, postales, cartas.
Un día, vi a mi hermana llenar su tacho de escritorio con tarjetas y cartas viejas que rompía en pedacitos "para que no hagan tanto bulto". La miré con un poquito de indignación cursi y no le dije nada, pero pensaba en ese montoncito de cartas que guardaba en un cajón del escritorio de mi habitación, en casa de mi padre, y que consideraba casi tabú mandar a la basura.
Me hizo recordar a mi padre.
Cuando el viejo termina de leer su carta, suspira, entre feliz y entristecido, hace un bollito con el papel, lo deja abandonado sobre la mesa y se va a hacer otra cosa. Yo, que estoy acostumbrada a masticar interiormente -como chicle invisible- mis propios pensamientos, un día me atreví a preguntarle por qué hacía eso con sus cartas.
Me dijo que porque ya está, ya las había leído, y era algo así como que habían dejado de guardar la voz (esa voz que salta del papel al leer una carta) que traían y se habían convertido solo en papel, nada más que un pedazo de papel inútil. Basura.
Tiene razón.
Y yo sigo guardando mis cartas. Total, no son muchas, me digo para justificar la irracionalidad.
Etiquetas: buzón, cartas, correo, postales, recuerdos
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