jueves, diciembre 9

Comforting Sounds (Mew)

Hace varios días revisaba uno de los blogs que me entretienen, ahora que no veo tv, y encontré divertido el viejo posteo de una niña que se sorprendía a sí misma limpiando los baños del bar donde trabajaba, en un país europeo, tras pasar años en alguna universidad en Lima.
Hace poco, recibí mail de una amiga de la universidad que está ahora en París, estudiando, y para ganar algo extra, cuida niños. Me vino, entonces, a la memoria una conversación con otra amiga de la universidad que me decía que cuando se fuera del país (porque ahora todos se van, yo también me fui) a hacer un postgrado, estaba más que dispuesta a aceptar trabajos temporales del tipo: mesera, cuida-niños, pasea-perros, vendedora en una tienda por departamentos, cajera de supermercado, etc. Otro amigo, también de la universidad, está haciendo una maestría en Connecticut y me dice que aunque la beca le cubre el costo de la educación, alimentación, dormitorio y los libros, también estaba interesado en trabajar para tener dinero 'extra'.
Cuando tenía 17 años, aproximadamente (me da pereza sacar cuentas para determinar la edad exacta, pues no es relevante) estudiaba mi primer año en la universidad y tuve mi primer trabajo: representante de servicio al cliente en un local de Blockbuster Video. Eso no va en mi C.V.
Cuando tenía 20 ó 22 (otra vez, la pereza) me presenté a una entrevista en el Centro Cívico de Lima y le gané a un sanmarquino que tenía disposición total de tiempo (y yo, no). Era una práctica en la Superintendencia de Administración Tributaria, pagaban una miseria, y como muchos de los trabajos burocráticos del sector público, era comatosamente aburrido. Pero eso sí va en mi currículo. Un año después, obtuve una práctica como asistente de investigación por 3 meses en una institución en Pucallpa. Nunca había ido a la selva. Mi universidad tiene un programa de prácticas preprofesionales en provincias y mi plan era ir a Cuzco. Pero ese año las prácticas en Cuzco solo buscaban a contadores y administradores. Así que cuando me ofrecieron la práctica en Pucallpa, yo dije 'ya'. Tengo el recuerdo de los viajes en la 4x4 por los arcillosos caminos de la selva, las visitas a los agricultores de zonas ribereñas, el olor de la 'purma' en el ambiente, los mosquitos superpoderosos que me picoteaban a través de los jeans, burlándose de mi OFF!, el ruido de las mototaxis, los viejísimos micros sin ventanas, la música de 'la Chacra', la toada, el calor infernal, los juanes, el tacacho, el peque-peque, las ene 'San Juan' y las cremoladas de pomarosa y camu camu. Fue hace más de 5 años. También va en mi currículo.
Desde entonces estoy distanciada del mercado laboral.
Hace meses leí un artículo que decía que muchos profesionales jóvenes optaban por seguir un postgrado ante la falta de una propuesta laboral interesante (donde lo que la define como 'interesante' es algo, ya, subjetivo). La percepción general es que invertir en capital humano debería revertir en mayores rendimientos futuros: mejores puestos de trabajo, mejores pagos, etc. Yo intento no comprar ese discurso, aunque suena bastante razonable. Pero también encontré razonable invertir tiempo, esfuerzo y el dinero de mis padres en estudiar la carrera más difícil en la universidad más exigente, académicamente, de Lima. Y acá estoy, rellenando un vacío laboral en mi currículo con una maestría.
¿A falta de una propuesta laboral interesante? No. A falta de una propuesta laboral. Punto.
Al convertirme en egresada, salí a competir por un puesto de trabajo. Cuando eso no resultó, intenté conseguir una práctica. Ni eso. Si para un puesto tenía insuficiente experiencia, para el otro estaba sobrecalificada.
Como tengo muy poca paciencia y el orgullo demasiado hinchado para siquiera pensar en eso que las abuelas llaman 'empezar desde abajo', salí de Lima y su 9% de desempleo para venir a Argentina con su 12%. No es tan irracional como parece. Ah, eso espero. Si bien los motivos que me trajeron a tierras argentinas inicialmente no tenían nada que ver con la vida académica, luego descubrí que el costo de la educación superior es menor que en el Perú. Mucho menor. Aun así, no quería seguir dependiendo del bolsillo de mi padre. Pero pagarte una maestría, por más barata que sea, es difícil cuando no tienes ni trabajo ni ahorros. Y aquí es donde regreso a lo que había estado escribiendo al principio de este post; aprovechando la locura del consumismo navideño de ese país cuyos ciudadanos insisten en llamar 'America', convertí una visita a la familia en un retorno al mercado laboral no-calificado. Durante un mes, practiqué una sonrisa de plástico frente a extraños y solté frases como 'hi, how are you doing today?', 'if you need anything, just let me know', 'let me check if we have that size', 'thank you!' y usé un pin ridículo que decia GAP en letras blancas sobre en un fondo azul. Lo único bueno era el 'employee discount' (30% de descuento en Banana Republic y el 50% en Gap). No se lo conté a nadie. Pensaba que bastante hacía con doblegar mi orgullo de haber sobrevivido a los constantes filtros de esa universidad. Y no me sentía orgullosa de contarles mis novedades a mis amigos que trabajaban en E&Y, P&G, Merck, Apoyo o, mínimo, TdP. Una cosa es trabajar en Gap, Mc Donald's o Blockbuster cuando tienes 17 y estás empezando la universidad, otra es estar ahí ya como egresado y con veintimuchas velitas en la torta. Pero aunque son situaciones distintas, el volver al mercado de la mano de obra no calificada es más común de lo que yo creía. Me llegaron muchas historias similares de exalumnos de mi 'alma mater' que, así, sobrellevan la vida de estudiante de postgrado en el extranjero y que no voy a comentar porque me iría por las ramas.
[El título es el nombre de la canción (y de la banda) que estaba oyendo mientras escribía esto]

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