martes, junio 6
sobre princesas, hadas y esperanzas de cristal
Haciendo la cola para pagar en el supermercado, encontré el otro día un librito de cuentos abandonado entre los chocolates junto a la caja. Aburrida, lo agarré y me puse a hojearlo mientras esperaba que la fila de seres humanos con cara de impaciencia avanzara un poco.
Reconocí en la tapa a la buenita de Cenicienta, y la historia era algo así como la continuación del cuento de hadas.
Y es que muchos de estos cuentos terminan con la imagen de alguna princesa malhadada, pero bella y buena, de la mano de algún príncipe buenote (y buenazo) y la lapidante, incuestionable, poderosísima frase final:
y vivieron felices para siempre.
Entonces, alguna vez, una leía esas palabras, cerraba el cuento satisfecha y corría a jugar a otra cosa, antes de que el
para siempre nos mordiera la conciencia.
Ahí estaba yo, el otro día, con The Walt! True Disney Story entre las manos, leyendo sobre la vida de Cenicienta después de que el príncipe le pusiera el zapato en el pie y se la llevara a vivir a su palacio.
Y ahí estaba ella, la ex-Cenicienta probándose el vestido de novia más horrible del mundo. Un vestido que parecía salido del tacho de basura de
Betsey Johnson. Y ahí estaba el hada madrina, arreglándole la vida (porque Cenicienta sin su hada madrina no es nadie y ahora entiendo que uno tampoco es nadie en la vida, si no tiene hadas madrinas flotando por ahí) con un vestido que ni
Vera Wang, pues.
Cerré el libro, pues finalmente alcancé mi turno con la cajera, que de hada madrina no tenía nada y de cenicienta tenía mucho, y me quedé con ese recuerdo infantil medio ingenuo y casi delirante de la fe ciega en los
para siempres y los
felices. Eso y las ganas de voltear la página a ver qué hay. A ver cómo es eso. Y nunca hay nada. Solo hojas en blanco.
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Lo dijo Scavenger Bride y le dejaron