miércoles, abril 19
° ° ° °
Otra vez, la resaca.
-Buen día, remolones.Abro los ojos. Se levanta una cortina.
Hoy he llegado cansada de ese nocturno viaje diario por las tierras de Oniria. Es un viaje largo y pesado. Y algunas veces, como la noche anterior, me toca hacer trasbordos. Entonces tengo que bajar del tren y esperar que venga el próximo. A veces, no es un tren sino un avión, pero anoche fue un tren. Abro los ojos y maldigo. Damos vueltas, mi almohada y yo. En eso llega el tren. Al fin.
El sonido de la pesada persiana de madera enrollándose lentamente, esparciendo el claroscuro de esta ciudad sobre mi cama, me avisa, cual silbato de tren, que el viaje ha terminado y que es hora de echarse a andar no más. Pero mis persianas, esas que son de carne, no se abren. El viaje sigue y yo pienso que debe ser por los trasbordos, que ellos han demorado el viaje, y ¡la que me espera cuando llegue a destino! El caos, el absurdo.
Su voz sonaba lejana, desde el otro lado la frontera. El le hablaba a mi cuerpo que estaba ahí y yo lo miraba, muda, desde una ventana invisible. Perdida. Ni allá ni acá, sino en el medio. En tránsito.
Se abrieron las persianas y empezó el triste espectáculo.
( Por ejemplo:
Ayer, por la tarde, pasó un gato volando por mi ventana. Volaba verticalmente. Caía, en realidad. Pero la realidad es fea, entonces yo digo que volaba verticalmente.
Entonces yo me asomé a mi ventana, para ver al gato.
-Pero ¿qué hacés ahí?Dijo una voz que venía del cielo. En realidad, creo que venía del 5-E, pero, de nuevo, a quién le importa.
-No sé.Dije yo. Con cara de desconcierto, miedo y angustia.
-Quedate quietito ¿eh? Ya bajo a buscarte.Dijo la voz del cielo.
-Sí. Gracias.Dije yo.
Y me quedé mirando al gato. Que tenía la misma cara que yo. Que quizás hubiera querido poder hablar como yo. Aunque mis labios, en realidad, no dijeron nada, pues la voz del cielo le había estado hablando al gato y no a mí. Maldita realidad. )
Se abrieron las persianas, pues.
Y yo me puse a hablar disparates mientras la tapita del yogurt de frutas caía sobre la frazada azul.
Una historia sin sentido donde huía de un grupo de traperos bolivianos a quienes tenía un miedo terrible. En la huida, tomaba un tren al que subieron un montón de piqueteros vestidos de celeste. Les tenía miedo también y por eso me quedé sentada en el tren hasta que llegó a su destino final, que cuál sería, yo no tenía ni idea. Entonces, bajé del tren y me puse a preguntar en portugués cómo debía hacer para llegar a la Estación Florida, porque aparentemente era ahí adonde tenía que llegar. Me dijeron que tomara el mismo tren de regreso. Y me fui a buscar la rampa que llevaba a la estación de tren, pero me desvié un poco y me vi a mí misma perdida, vagando por calles desconocidas, en una escena que parecía un episodio de algún programa de la National Geographic en India.
Todo esto le decía yo, con la cabeza aún adormecida, sintiendo micro agujitas clavarse insistentemente en mi nuca. Con ese olor a viajero recién llegado y el sonido lejano de trenes inexistentes que vienen y van. Esperando combatir el sueño con más sueño, como un borracho que extiende la mano buscando la botella.
hip.
miau.
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Lo dijo Scavenger Bride y le dejaron