miércoles, diciembre 15
Huevo
Caminaba al lado de la Facultad de Medicina de la UBA, rumbo a la óptica donde -por fin- me iban a dar mis lentecitos nuevos. Iba mirando fijamente el piso, para no tropezar con esos desniveles que apenas podía distinguir o para no pisar mierda de perro que abunda en las veredas porteñas. De cuando en cuando, levantaba la mirada, para disfrutar por última vez del bizarro paisaje de figuras indefinidas, borrosas, difusas.
Al salir de la óptica, me dispuse a pasear la mirada por los bordes nítidos de las veredas y descubrí restos de cáscaras de huevo. Seguí caminando. Llegaba ya al edificio de la Facultad de Medicina y me encontré con un espontáneo charco de huevos estrellados en la acera. Una imagen muy desagradable a la vista, por cierto.
Seguí caminando y vi de reojo un grupo de personas alrededor de una tortilla humana. Como no soy de los que gira la cabeza para mirar, seguí de largo. Pero la imagen la logré captar: un chico embarrado de cabeza a pies con una mezcla mal hecha de huevos crudos y harina. Sonreí.
1993: una chiquilla de 16 años lloraba en las escaleritas de la escuela preuniversitaria mientras su examen de 'economía, actualidad y geografía' era corregido. Necesitaba un 11, porque aunque había logrado anular (aprobar incluso sacándose cero en el exámen final) aritmética, álgebra, trigonometría, geometría y lenguaje, la pobre chica era un taco total en historia y la única forma de ingresar a la universidad era promediando esa nota de un solo dígitio en historia con un 11 en 'e.a.g.' La chica lloraba, se acordaba del peinado de su profe de historia del colegio, de los plajes en la reglita, en el borrador, en el papelito, el cuaderno abierto abajo de la hoja del examen, la negligencia y el descaro. Se abrió esa puerta mágica y, examen en mano, cocolucho pronunció las palabras mágicas: 'tienes 11'. La chica no tuvo tiempo de reaccionar y sus amiguitos ya estaban saltando y gritando 'ingresaste!' por ella. Alguien la abrazó y ella se desmoronó en llanto. Sin roche. Y, agh, en eso el inevitable plosh! huevazo limpio en la cabeza. Temblaba, las lágrimas seguían brotando, apestaba a huevo como los mil demonios y, a pesar de eso, sonreía. Y ese era solo el comienzo.
En Perú, celebramos con huevo el ingreso a la universidad. En Argentina, este ritual se lleva a cabo al terminar la universidad. Ese chico/tortilla humana que vi en las afueras de la Facultad de Medicina de la UBA no era un cachimbo, era un egresado.
El proceso de ingreso a la universidad en el Perú, a través de exámenes de admisión, resulta tan estresante que amerita una celebración. No en todos los casos, pero sí en muchos. La mayoría de universidades argentinas no seleccionan a sus alumnos mediante exámenes de admisión. Un estudiante de secundaria que decide asistir a la UBA-Universidad de Buenos Aires, por ejemplo, solo tiene que matricularse en algo llamado CBC - Ciclo Básico Común al terminar el colegio y aprobar todos los cursos. No es tan difícil ni tan estresante como para un estudiante de secundaria peruano que está pensando en mandarse a la San Marcos o a la UNI. Y en cuanto a las privadas, lo raro es que acá muchas no tienen el mismo prestigio que las públicas. La percepción general, con excepciones, por supuesto, es 'si pagás, aprobás'. A ver, dile eso a alguien de la U. del Pacífico o de la Cayetano Heredia. Ja!
Con razón el ritual del huevo se da entre los egresados, el reto no está en ingresar, sino en terminar la carrera. En Perú también, claro, pero además de hacérnosla difícil dentro de la universidad, ya nos están 'avisando' desde antes de ingresar.
La chica de 16 años creció, desarrolló múltiples patologías psicológicas y terminó la universidad. No fue a su ceremonia de graduación y dicen que ahora escribe en un blog desde un país extranjero.
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Lo dijo Scavenger Bride y le dejaron