martes, junio 21
undead, undead, undead.
Nos pusimos los abrigos negros y salimos de la mano. Ayer.Caminamos por calles vacías y húmedas, bajamos las escaleritas y viajamos en viejos trenes de madera; unas donuts blancas que colgaban del techo se mecían incansables y yo miraba a través de la ventana, veía los pasadizos subterráneos formar una oscura telaraña de rieles. Y ahí estaba yo, paseando a bordo del gusanito de madera por hilos plateados.Llegamos.No había mucha gente. Detrás de esa gran reja, se encuentra una tranquila ciudadela de mármol, bronce y cemento. Era un día de esos en que el sol brilla tanto que molesta, no calienta nada, solo se sostiene ahí, repartiendo felicidad, perfectito. Insoportable.Los gatos dormitan al pie de las pequeñas y frías casitas de mármol negro. Se estiran, se desperezan. Uno de ellos intenta tomar un poco de agua del jarrón de flores.De pronto, miro hacia arriba y veo que el cielo se ha llenado de ángeles.No es mi imaginación, hace más frío aquí.Las casitas tienen puertas y ventanas. Las puertas tienen candados, las ventanas, telarañas.Si te asomas, puedes ver los cajones de madera cubiertos con mantillas amarillentas por el tiempo. También ves una escalerita que va a un piso subterráneo.Estábamos caminando entre estrechos pasadizos, entre figuras de mármol con expresión grave, caminando con las manos en los bolsillos, echando humo al respirar, y nos dimos cuenta: estábamos en pleno centro de Buenos Aires, en medio del caos, pero en este oasis de quietud.Algunas ventanas estaban rotas, algunas puertas, abiertas. Una invitación que prefiero declinar. Entre tanto mármol y tanto bronce, se destacaba alguna que otra casita de cemento descascarándose, dejando al descubierto su osamenta de ladrillos, como heridas abiertas que no cicatrizan. Aparece ahí, justo en el momento en que una se está sorprendiendo del esplendor del lugar, como para recordarte la decadencia que se asoma en las esquinas, impúdica. A veces Buenos Aires me da esa sensación de señorona de clase alta venida a menos, cuyas hermosas joyas lucen viejas y opacas, cuyos mayores lujos se ven hoy pasados de moda y polvorientos.Y yo sigo pensando en ese solitario cajón de madera que no me atreví a tocar. No por respeto ni por asco ni por miedo. Tal vez sí por miedo.Hoy desperté durante la noche -tenía un sueño tonto- y lo curioso es que al despertar, en lugar de abrir los ojos, los cerré: descubrí que dormía con la boca y los ojos entreabiertos. Imagino que me veía como una de esas estatuas que adornan la muerte en el cementerio de la Recoleta.
Suscribirse a Entradas [Atom]
Lo dijo Scavenger Bride y le dejaron