jueves, marzo 30

common people

Quienes tenemos un blog solemos tener breves momentos en el día en el que se nos ocurren temas posteables. Leyendo otros blogs, escuchando otras voces, jalando la palanca del baño, mirando la pared vacía. Cualquier circunstancia sirve como patio de aterrizaje para las ideas más fantásticas o las más estúpidas.
Entonces vienen las ideas. ¡Hola! Y me siento a conversar con ellas. Les hago cosquillas y les sirvo té. Abrimos la puerta del refrigerador y nos metemos dentro a dormir la siesta.
Luego despierto y estoy en mi cama. Con los pelos despeinados y las marcas de la almohada surcándome la cara. Es ahí que recuerdo, voy al refrigerador y solo encuentro un frasco con aceitunas rellenas.
Hay días así.

A veces pasa que uno da cosas por hechas cuando solo las hacemos en nuestra imaginación. Debe ser un síntoma de quienes padecemos procastinación crónica y vivimos en esa semiconsciencia del medio dormido-medio despierto en la que pensamos que nos hemos levantado de la cama para contestar ese teléfono que suena y parece todo tan real que casi creemos recordar una conversación que nunca existió.

Ya me levanto.


Algunos niños inventan amigos imaginarios. Los padres se preocupan y los llevan a terapia y esas cosas. A mí me parece una idea formidable, los amigos imaginarios. Tengo ganas de inventarme uno. Para sentarnos a tomar café y galletas y jugar a contarnos las mentiras más fabulosas y reírnos hasta que se nos salga el latté por las orejas. Para mirar fijamente este techo pálido hasta flotar por las calles entre malditos objetitos que se mueven de un lado a otro. Para tomar las espadas y destripar al monstruo del ropero y al inventor del despertador.

Hay un lugar, wonderland, donde todos los posts imaginarios vagan como fantasmas, confundidos por una existencia irreal que tienen que arrastrar simplemente porque a mí un día se me ocurrió imaginármelos y ya. Son las ideas-pajarito que vienen volando hasta mi ventana en el momento exacto en que mi secretaria imaginaria está alistando los instrumentos de taxidermia. Ellos están hechos de palabras, respiran espacios en blanco, y laten al ritmo de comas y puntos. Ellos juegan al yan ken pó, y el que pierde termina fusilado con el clic de Publish Post.

5 minutitos más...

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miércoles, marzo 22

*

A veces la realidad viene y me abraza tan fuerte que me quita el aire.

Agonizando.

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jueves, marzo 9

Estoy...


Estoy armando un collage para un cuadro que colgaré en la pared.
(Estoy pescando algún puesto de trabajo, y mientras espero que la carnada surta efecto y el teléfono bendito haga RING! y yo pueda al fin cantar I was looking for a job and then I found a job and heaven knows I'm miserable now..., pues me dedico a jugar con el Uhu y las tijeras).

Estoy tratando de encontrar una combinación de fotos que sea dispersa y estructurada, espontánea y calculada, a la vez. O sea, no sé lo que quiero. Un sancochao, pero sensato. Y estoy luchando por no utilizar el término ecléctico, pero se me cae del bolsillo, como un comodín gastado.

Estoy mirando fotos, mis fotos. Estoy mirando sonrisas congeladas en un papel. Y pienso en las reacciones de las personas cuando se las expone al lente fotográfico. Las caras serias y las posturas almidonadísimas de las fotos antiguas. Pienso en la primera persona que se le ocurrió sonreir para la foto y me pregunto si después del clic se quedó con la sonrisa pegada en la cara por un segundo más, sintiéndose extraño y un poco tonto.

Estoy recordando a mi padre. El también suele sonreir para la foto. Pero no es por eso que lo estoy recordando. El tiene la costumbre de cortar las fotos. Lo hace sin malicia, con la genuina buena intención de los niños que hacen travesuras sin pretenderlo. Nunca lo vi hacerlo. A veces imagino que cuando se queda solo en casa, nos extraña y se sienta a ver fotos. Entonces, agarra las tijeras de mi mamá y empieza a descuartizar cada foto, decapitándonos a quienes más quiere, para unirnos con goma David a nuevos contextos, más cercanos, más felices.

Estoy recortando fotos. Pero fotos digitales porque cortar fotos de papel es, para mí, un poco tabú. Una foto es un como un cuerpo y hasta parece que tiene alma. No tengo suficiente valor para someterla al filo de las tijeras. Una foto digital, en cambio, es un ente virtual, o sea, aparente e irreal, por tanto, casi falso, efímero, etéreo, y totalmente profanable.

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