Hace un tiempo se hizo conocida esta propaganda de mercado libre en la que un chico tiene la feliz idea de subastar sus besos en la red:
Desde entonces, muchos han decidido copiar la idea, más por joda que por necesidad o lo que fuera. Quiero creer. Hace un rato, vi en el Noticiero Confirmado de TNP una breve (¡brevísima!) nota sobre un compatriota que subasta sus besos en mercadolibre.com.pe y recordé que hace varios días yo misma había hecho una mini investigación sobre las repercusiones de esta tierna propaganda en el servicio de subastas online en toda sudamérica. Las cosas que encontré.....
Todo empezó porque alguien me alcanzó el link de un sujeto (argentino) que ofertaba sus besos en el mercadolibre.com.ar. No encuentro el link, pero la foto de este tipo mostrando su sonrisa desdentada era para cagarse de risa. Entonces pensé si esto era un fenómeno aislado o si el resto de latinoamérica se había enganchado a este jueguito. Averiguarlo era muy fácil, solo había que cambiar el ".ar" por .pe/.co/.ec/.ve/.mx/.cl etc. en la dirección http://listado.mercadolibre.com.ar/beso . Et voilà.
Primero, y conociendo la rapidez de mis compatriotas para sumarse a la cochinada, averigüé por casa:
Y así, paseando por los mercados virtuales de distintos países latinoamericanos, encontré que ninguno había escapado a esta jugada. Todo el mundo vende besos. Es casi un meme.
Los brasileños venden beijos:
A la derecha, un argentino demuestra que es capaz de besar a Alf por unas monedas (lo peor en este caso es que ¡tuvo ofertas!):
Haciendo la cola para pagar en el supermercado, encontré el otro día un librito de cuentos abandonado entre los chocolates junto a la caja. Aburrida, lo agarré y me puse a hojearlo mientras esperaba que la fila de seres humanos con cara de impaciencia avanzara un poco. Reconocí en la tapa a la buenita de Cenicienta, y la historia era algo así como la continuación del cuento de hadas. Y es que muchos de estos cuentos terminan con la imagen de alguna princesa malhadada, pero bella y buena, de la mano de algún príncipe buenote (y buenazo) y la lapidante, incuestionable, poderosísima frase final: y vivieron felices para siempre.
Entonces, alguna vez, una leía esas palabras, cerraba el cuento satisfecha y corría a jugar a otra cosa, antes de que el para siempre nos mordiera la conciencia.
Ahí estaba yo, el otro día, con The Walt! True Disney Story entre las manos, leyendo sobre la vida de Cenicienta después de que el príncipe le pusiera el zapato en el pie y se la llevara a vivir a su palacio. Y ahí estaba ella, la ex-Cenicienta probándose el vestido de novia más horrible del mundo. Un vestido que parecía salido del tacho de basura de Betsey Johnson. Y ahí estaba el hada madrina, arreglándole la vida (porque Cenicienta sin su hada madrina no es nadie y ahora entiendo que uno tampoco es nadie en la vida, si no tiene hadas madrinas flotando por ahí) con un vestido que ni Vera Wang, pues.
Cerré el libro, pues finalmente alcancé mi turno con la cajera, que de hada madrina no tenía nada y de cenicienta tenía mucho, y me quedé con ese recuerdo infantil medio ingenuo y casi delirante de la fe ciega en los para siempres y los felices. Eso y las ganas de voltear la página a ver qué hay. A ver cómo es eso. Y nunca hay nada. Solo hojas en blanco.