miércoles, junio 29
sí, quiero.
Estaba leyendo en el blog de Aymara una entrada sobre el matrimonio de alguien y mientras lo leía, unas imágenes se colaron por mi cabeza, inevitables, y están ahí sucediéndose como una presentación de diapositivas desordenadas.
Veo a mi amiga Cecilia entrando a esa iglesia, allá en La Plata, tan linda, tan sonriente, brillando en su vestido naranja.
Hace unos años, salía con alguien que en nuestra primera cita -de alguna forma, el tema del matrimonio había salido a flote- me dijo a bocajarro: todas las mujeres sueñan con casarse de blanco. O casarse por la iglesia. O casarse de blanco por la iglesia. No recuerdo. Lo que sí recuerdo es que pisé el palito y le dije que eso no era cierto. Ahora pienso, tenía que haberle dicho por supuesto que quiero casarme de blanco por la iglesia, y virgen, por cierto.
Las ceremonias religiosas de matrimonio a las que he ido, excepto esta última, la de Cecilia, han sido todas en Lima. Y fueron ceremonias largas y aburridas. Excepto para mis tías, cuya felicidad en este tipo de ceremonias tiene una relación directamente proporcional a la cantidad de palabras que emite el sacerdote. Ah, y el vestido de la novia suele ser blanco, o al menos cercano al blanco.
A mediados de los 80, mandaron a casa un videotape que guardaba imágenes del matrimonio de mi hermano. Recuerdo un comentario de las tías: "que rápido camina" (la novia, al entrar a la iglesia). No hubo 'pajecitos'. Pero vimos un grupo de chicas con el mismo vestido. Las brides maids. Y por allá, los best men. Luego, las imágenes de la fiesta y esos rituales desconocidos para nosotros. Los novios llegan al salón. Suena una canción lenta. Oh. ¿Qué canción es esa? ¿No bailan el danubio azul? No. Luego la novia corta un pedazo de torta y se la da al novio en la boca, embarrándole toda la cara, para delicia de esos gringos gritones. Mis tías, horrorizadas.
Mi hermana atrapa el bouquet y como premio la sientan en una silla para que un extraño (el que atrapó la liga de la novia) le ponga una liga de encajes en su piernita flaquita.
I do, dicen ellos.
Sí, acepto, decimos nosotros.
Sí, quiero, dicen acá.
Y mi prima Mariela movió la cabeza afirmativamente no más. Ella se casó por civil. Su vestido era lindo, era color perla, marfil, hueso o qué se yo, pero casi blanco.
Porque hasta por civil se casan de blanco o casi blanco. No todas, pero la mayoría. Yo he visto novias con panzas que parecen de 8 meses bien al vestido blanco en sus matrimonios civiles. Será que ellas sí soñaron con casarse de blanco.
Pero Cecilia se casó de naranja. Ella diseñó su propio vestido, ella compró la tela. Cargó sus flores naranjas al altar y le contestó al padre que la miró feo cuando entró a la iglesia: Sí, quiero.
Esa fue la ceremonia religiosa de matrimonio más corta a la que he asistido. Entró la novia, saludó el sacerdote a todos los presentes, nos comunicó que estos chicos estaban ahí para casarse, nos hizo arrodillar un rato, les hizo la pregunta, y bam, bam, boom, en menos de diez minutos, nos estaba despachando. Ni daos fraternalmente la paz, ni a rezar, ni cantemos, ni nada. Al grano. Menos mal, los zapatos me estaban matando.
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Lo dijo Scavenger Bride y le dejaron