viernes, noviembre 11
?
otro post catártico
(que no me sirve de nada)
(no entiendo cuando dicen que esto vale como terapia)
(pero, desde ya, tampoco entiendo eso de las terapias)
(es que no entiendo cómo el escarbar en la psiqui-tierra utilizando las palabras como rastrillos puede ayudar a alguien)
(entonces.....)
Ayer en la tarde hablaba con mi amiga Pao. Le decía:
no traigas toallas porque tengo un montóoon, no vayas a cambiar dólares en el aeropuerto porque es una estafa, y cosas así.
Ella viene y estoy contenta. Es mi mejor amiga.
Estoy triste también. Triste porque a veces siento que nuestra amistad se momificó. O pasó ya el período 'recomendado' de consumo.
Vieron cómo algunos productos dicen 'consumir preferentemente antes de...' (o el clásico 'best before...', en inglés). Siempre hago bromas con esas etiquetas.
Preferentemente.
Best.
Oye, ahí dice que es 'mejor' antes de esa fecha, o sea que todavía lo podemos comer. Claro que no será igual. Pero al menos no nos hará daño. De lo contrario, el aviso diría
'No consumir después de...' o
'ni se le ocurra tocarlo después de...' o -sin rodeos- la calaverita al lado de la fecha.
- - - - - (?¿) - - - - -
Ayer estaba caminando por la calle Florida. Tenía tres misiones, tres.
Misión número uno: averiguar en el consulado peruano qué rayos tengo que hacer para poder votar en las próximas elecciones presidenciales.
Misión número dos: cambiar algunos dólares para comprar de una buena vez la pinche vitrinita que se me ha metido en la cabeza y -como muchas obsesiones- no logro sacar.
Misión número tres: comprar una cosita que vi en una tienda de Galerías Pacífico. Un caprichito ridículo. Pero es que estoy muy triste, pues. Y aburrida, además.
Misión número uno fue abortada. Subí las escaleritas hacia el segundo piso de Galerías Guemes y me sentí como dentro de una combi. Murmullos, llantos de bebés, una masa de gente -todos de 1.60 m. como yo- formando filas que se fusionaban entre sí, formando una suerte de pelota humana o cúmulo de insectos (volveré a esto más abajo) y di media vuelta y me fui. Mandaré mail. Ojalá me respondan.
Volví a salir a la calle Florida y volví a esquivar a las jóvenes peruanas que se dedican a detectar (con el eficaz método O'Higgings) compatriotas para ofrecerles ayuda con los trámites.
¿Amiga, vas al consulado? ¿amiga, foto? (ajá,
foto foto fotoooo, sí, me acordé de ti).
Y doblé la esquina hacia la San Martín, donde están las casas de cambio. Misión número dos, cumplida. Volví a la Florida.
Había olvidado la cámara y eso me molestaba. Tenía un par de ideas flotando en la cabeza para este blog.
Caminaba entre las hormigas, yo también una hormiga más. Escuchaba gente hablando inglés y portugués. Una tienda ponía tangos a todo volumen. Más allá, una estatua humana terminaba de maquillarse antes de empezar el día. Caminaba y me sentía perdida en una suerte de
¿qué hago aquí? (no, yo ya sé qué hago aquí, explicación objetiva y racional tengo, pero no es suficiente, nunca).
No suelo fijar la mirada en nada cuando camino, pero mi vista periférica funciona muy bien. Es difícil no sentir nada cuando caminas entre gente bien trajeada y mendigos tumbados en el suelo, con los pelos despeinados y el vacío vasito de cartón de mc donald's al lado, como improvisado monedero.
Afuera de Galerías Pacífico había una señora mayor. Pasé a su costado sin mirarla, pero la vi. Estaba llorando y tenía unos papeles en la mano. Pensé que mi indiferencia era la misma indiferencia colectiva de los demás transeúntes. Mientras cumplía con la misión 3, pensaba en el dinero que tenía en la cartera (resultado de misión 2) y pensaba en una frase que soltó en clase uno de mis profesores de la maestría, un jetón con un cargo público:
nosotros ayudamos a quien podemos.
No es cuestión de ayudar a quien más lo necesita. No siempre. Hay que hacer lo que es factible hacer. Económicamente (sí o sí), políticamente (¡por supuesto!), socialmente (ni modo). Y un montón de consideraciones de viabilidad más que tomar en cuenta. Que para qué ahondar en ello aquí.
¡para qué!
° ° ° ° ° (¡!) ° ° ° ° °
Anoche no podía dormir.
Hace un par de días vi en la tv, en National Geographic creo, un programa sobre estudios de descomposición de cuerpos humanos que permitían aportar evidencias a casos policiales (homicidios, esas cosas). Bien explícito, el programa.
Mostraban el tipo de moscas que suelen dejar sus huevos en el cuerpo inerte. No cualquier mosca. Y sus lugares favoritos. Los orificios. Orejas, nariz, ojos, boca, etc.
Luego, los gusanos. Montones de gusanos moviéndose al mismo tiempo, comiendo lentamente el tejido humano.
Paréntesis: no hay cosa en el mundo que me provoque más asco que un gusano. Ahora sé por qué. Y cierra paréntesis.Entonces veía esas caras corroerse despacito. Esos ojos que alguna vez miraron una luna llena, esos labios que sonrieron y dieron besos, todo ello de alguna manera reciclándose bajo la forma de una ebullición de insectos.
Los escarabajos mordisqueando las sobritas, los cartílagos, eso.
Anoche esas imágenes se repetían incesantes en mi cabeza.
Trataba, con esfuerzo, de pensar en cosas lindas. Pero cuando me distraía, por sueño o cansancio, las imágenes de los gusanos retorciéndose entre la carne muerta infestaban mi mente.
Inevitables.
Podría sacar conclusiones rebuscadas, pero son absurdas, estúpidas e inútiles. Para qué llenar la hoja con boberías, digo yo.
Menos mal, logré quedarme dormida.
Life, give me a break.
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Lo dijo Scavenger Bride y le dejaron