lunes, abril 4

La Plata

Este fin de semana escapamos de Buenos Aires y fuimos a la ciudad de La Plata. Es un viaje corto, algo más de una hora en tren e incluso menos, en bus. Pero igual es lindo armar la mochila, buscar información sobre el lugar en la Internet, reservar hotelito, imprimir el mapita, tomar la cámara de fotos, las llaves e irse.
Llegamos a La Plata el sábado pasado el mediodía y al caminar por la ciudad, buscando el hotelito de marras, tuve una suerte de déjà vu. La ciudad, que de hecho es la capital de la provincia de Buenos Aires, es la primera ciudad argentina totalmente planificada, lo cual implica un diseño racional en las calles. Imagínense una hoja de cuaderno cuadriculado. A las líneas horizontales llámenles avenidas y a las verticales, calles. Enumérenlas. Luego, con una reglita, tracen líneas diagonales en la hoja, que unan las esquinas opuestas, claro. Tienen el esquema de la ciudad de La Plata. Ahí, donde se cruzan las diagonales, está el centro de la ciudad, la Catedral, la Municipalidad, muchos locales comerciales y simpáticos barcitos donde tomar algo y descansar.
Lo del deja vu fue por una asociación que hice con cierta ciudad cosmopolita con forma de salchicha que también está dividida por calles y avenidas numeradas, que se cruzan como un gigantesco michi, tatetí o, debería decirlo en inglés, tic tac toe. Aunque esta salchicha no tiene dos diagonales sino una, pero muy famosa, Broadway Avenue.
Mi mapa de la ciudad de La Plata tiene forma de cabeza de gatito.
Es un cuadrado con esquinas redondeadas. Las orejitas son en realidad boulevards separados por el Paseo del Bosque, un amplio espacio verde muy lindo para caminar. Me cuentan que se tuvo en mente la idea de
les Champs Elysées, de Paris, a la hora de diseñar el paseo. Uno no puede evitar sentirse caperucita al pasear por los serpenteados senderos rodeados por árboles, tropezando con lagunas, y pequeños puentes, de cuando en cuando.
En el bosque se puede visitar además el Museo de Ciencias Naturales y el Observatorio astronómico. También hay un anfiteatro al aire libre y un zoológico.
Para comer y beber algo, la oferta es muy variada. Desde las tradicionales parrillas argentinas, pasando por pizzerías, sushi bars, marisquerías, bar de tapas, etc. Nosotros teníamos una deuda pendiente por el día de san Patricio, así que enrumbamos a Wilkenny, un pub irlandés. El pidió su querida Guinness draught y yo tuve que conformarme con un té, pues las papas fritas del almuerzo me habían caído para el culo.
Otro punto de paso recomendado es la famosa República de los Niños. A media hora en bus desde la ciudad de La Plata. Creada en 1951, en pleno gobierno peronista, es una especie de ciudad pequeña. Tiene su "Plaza San Martín" (con estatua de San Martín montado a caballo y todo), Casa de Gobierno, Iglesia, Palacio de Justicia, Palacio de la Cultura, Legislatura y, por supuesto, un museo, el Museo Internacional del Muñeco. Hermoso. ¿Para qué cuernos existe una Palacio de Justicia en la ciudad de los niños? me pregunté yo. La respuesta: "a las 16:00 horas, El Juicio a Pinocho en la República. Pinocho es juzgado por mentirle a su padre Gepetto. En el juicio participan: Campanita, Blancanieves, Caperucita, Shrek, Mickey y Winnie Pooh". ¡Qué cosa!
En el Palacio de Cultura se presentó también la obra "Aladino y Jazmín en el mercado", con un Aladino demasiado rubio para mi gusto y una Jazmín que hizo que muchos papás fueran contentos con sus hijitos de la mano a ver la obra.
Había una estación central de tren, hermosa. Pero el tren estaba "en reparación", aparentemente desde hace mucho tiempo, pues las pequeñas vías del tren estaban parcialmente cubiertas por pasto. A medida que nos adentrábamos en la República, nos topábamos con pequeñas estaciones de tren abandonadas.
También había un lago, con un barco que cobraba un par de pesos por el paseo, una mini granja con algunas gallinas, cabras, vacas y ponys, una pulpería (como esas de las que hablaban Cortázar y otros escritores argentinos en sus historias) y un enorme parque de juegos para chicos.
República de los Niños

El lugar encierra un ambiente adorablemente nostálgico, como un pequeño Disneyworld venido a menos, un poco descuidado, pero lindo. Es evidente que la República de los Niños conoció épocas mejores, se nota en sus pequeñas construcciones abandonadas, en las tienditas vacías, cerradas con candados viejos y hasta en la orejita de Winnie Pooh asomándose en la bolsa que cargaba un muchacho que pasaba distraídamente delante de mí, gritándole ¡ya me cambio! al compañero que vendía panchos (hot dogs), mientras yo saboreaba mi hamburguesa. A pesar de ello, los niños no dejaban de correr, felices, entre los castillos multicolores, gritando de alegría al ver a lo lejos a un Mickey Mouse, medio raro, pero Mickey Mouse al fin.

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