miércoles, abril 6
[-c-e-n-s-u-r-a-d-o-]
Anoche, antes de dormir, vi en un noticiero local un breve reportaje que giraba sobre la censura a la obra de cierto artista local acusado de pedofilia. En realidad, más que una censura a su obra, era una censura extendida a toda su persona. El artista plástico iba a exponer sus creaciones en una galería que, ante la protesta de muchos individuos, decidió eliminarlo del conjunto de expositores. Vale aclarar que su obra no giraba alrededor del tema de la pedofilia en sí, pero sus detractores esgrimían argumentos como que 'las obras estaban inspiradas en las experiencias de su autor' y ello era suficiente para rechazarlas. No le di mucha pelota, ya tenía sueño, y -click- apagué el televisor. Hoy revisé mi mail y me encontré, de nuevo, con el tema de la censura. Recordé una de esas notas a pie de página que suelo escribir con letra chiquita en este blog en la que me recriminaba a mí misma mi tendencia a la autocensura. Yo considero a la censura una práctica vergonzosa, que implica la imposición del juicio desde la perspectiva de otra persona sobre algo (una imagen, una historia, cualquier forma de expresión) que no encaja en sus cánones particulares. Me molesta mucho que algunas personas se sientan con el derecho de tomar esas decisiones por mí, por el resto. La actitud represiva de la censura despierta mi rechazo y hasta cierta rebeldía, debería decirlo. La censura es detestable. Punto. Ahora, ¿qué pasa con la autocensura? ¿no debería detestarla, igual? ¿y cómo es, entonces, que me hago de la vista gorda ante este defecto? ¿es un defecto? ¿o es mi derecho? Si tanto el autor como el creador del objeto de censura soy yo, ¿será que estoy cayendo en alguna inconsistencia? Me veo tentada a soltar excusas fáciles y obvias del tipo 'es mi blog y yo hago con él lo que yo quiero', pero algo me dice que no es tanto así. Vivimos reprimiéndonos constantemente. Me gustaría decir que soy libre de decir -escribir, en este contexto- lo que se me da la gana, cuando se me da la gana, pero no lo soy. Estoy sujeta a las decisiones de un censurador interno. Me gusta llamarlo 'proceso de edición', pero en realidad, escribo y borro -sea en papel y tinta o en pantalla y teclado- según lo ordena esa vocecita interna. Este Bestiario no hace justicia a su título. La idea era montar aquí una especie de circo de bestias, demonios, fantasmas y otros 'seres fantásticos' como bien explica el 'About'. Pero no, no pude. Cierto, nada me obliga a hablar o escribir de algo que me haga sentir vulnerable o, por lo menos, incómoda, pero cuando tengo la intención de decir algo y termino yéndome por las ramas, entonces pienso que hay un problema. Me pasa que, por ejemplo, empiezo a escribir sobre alguna cosa y 'accidentalmente' me desvío para hablar de otra, con lo que al final termino borrando el primer párrafo y hasta el título inicial de la entrada. Escribir y borrar. Escribir y borrar. Pensar y no hablar. Pensar y no hablar. Hoy he hecho lo contrario, he empezado por las ramas y he llegado al tronco de lo que quería decir. Me autocensuro. Miento y digo la verdad al mismo tiempo. Me escondo y me expongo.
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Lo dijo Scavenger Bride y le dejaron